Una hechicera y un acólito inesperado
Le llamábamos Millones porque su padre se había hecho rico en algún turbio negocio relacionado con el transporte de quién-sabía-qué. Le conocimos uno de esos veranos largos en los que la mayoría de nosotros aún estaba en el colegio. Destinados a esperar el interminable transcurrir del verano en aquel pueblo costero, una nueva adhesión al grupo era todo un acontecimiento.
Recuerdo que lo trajo Javi (que era-es-será mi gran amor frustrado de verano). "Le conozco de Torrejón", dijo. Y esa fue toda su presentación. Pronto descubrimos que Millones contestaba con monosílabos y se reía de todo lo que decía Javi, por lo que su condición en nuestra pandilla -cuadrilla, para los norteños del grupo- era de vasallo más que de líder. Fumaba mucho para poder dormir por las noches y porque "esto no es tan malo como el tabaco, niña". Javi nos contó que Millones tenía una abuela bruja, un millón de euros en el banco y un hermano pequeño. Poco tiempo después supimos que lo del millón era falso. Sin embargo, como siempre estuve interesada en las artes oscuras, a mí lo que me interesaba de verdad era la abuela, no el millón. Un día me armé de valor y le pregunté por ella. Me contó que se había criado con gitanas y que sabía leer el futuro en el fuego, en las cartas y en las pupilas. Poca cosa.
-¿Puedo ir a verla?- pregunté.
- Pensaba que tú eras la lista del grupo- murmuró con sorna.
- Es pura curiosidad científica- respondí a la defensiva.
Me miró, evaluándome.
- Vente a casa esta tarde, si quieres- dijo al fin.
Salí de mi casa poco después del mediodía. El sol quemaba como sólo quema en esos pueblos costeros de España explotados por el turismo de masas. Mis chanclas de plástico parecían derretirse contra el fuego del asfalto. Millones me abrió medio dormido, con los ojos rojos de otros fuegos y otros humos.
- Mi abuela está en la terraza- musitó.
Luego se metió en una habitación. Yo salí a la terraza. La abuela me saludó con un gesto. Hicimos gala de la buena educación ciudadana y hablamos de la playa, de los vecinos y del bar del pueblo. Luego me miró con cierta profundidad y me dijo:
- Tu madre tiene tres hermanas y una está muerta.
Me quedé de piedra. Aquello era cierto.
- Ahora, mírame y deja que te cuente.
La miré entre el escepticismo (¿cómo demonios se leen las pupilas?) y la curiosidad. Ella me habló largo y tendido sobre mi futuro entre leyes y de enfermedades del pasado. Sin embargo, a mí me interesaban otros menesteres.
- Y el amor, ¡qué!
- Te casarás y, en tu matrimonio, uno de los dos acabará con el otro. Vivirás la muerte de uno de tus hijos y tendrás que emigrar varias veces con la casa a cuestas.
No quise saber más. Charlamos un rato, y antes de despedirnos, le pedí un último favor.
- Hay un chico...Quiero que no se olvide de mí nunca.
-¿Quieres que vuelva?
Dudé un segundo.
- No-admití, al fin- Sólo quiero que me vea en todas las mujeres que conozca.
Aunque torció el gesto, asintió con la cabeza y se metió dentro. Volvió con un papel y un bolígrafo.
-No sé leer ni escribir-confesó- Pon su nombre en esta hoja y haré el conjuro.
Estaba tan metida en mi papel de acólita de la hechicera que hice lo que me pedía. Le tendí el papel. Ella lo tomó y lo apretó en el puño. Luego me acompañó a la puerta. Me despedí con una sonrisa. Mientras bajaba las escaleras oí como me decía:
-¡Y deja de pensar en el Javi ese, que no lleva a ningún sitio!
No volví a pisar nunca aquella casa.
*
- Y tú te lo creíste, ¿verdad?
Estamos en el Retiro. Enrique juega con una hoja seca. Le da vueltas mientras sonríe con incredulidad.
- ¡Me dijo lo de mi madre!
-¿Estás segura de que no le contaste a Millones aquel detalle en algún momento? ¿Quizá cuando se publicaron aquellas noticias sobre los bebés robados?
Maldito Enrique.
- ¿En serio crees que se lo inventó?
- ¡Te dijo que ibas a ser Magistrada, por Dios! Nada más lejos de tus intenciones, que yo sepa.
- Y lo del matrimonio, ¡qué! -dramatizo.
Enrique se rasca la cabeza.
- No me puedo creer que des tanta credibilidad a esta historia cuando una de tus óperas favoritas es Rigoletto.
Frunzo el ceño pero sonrío de inmediato.
- ¡Eres de lo que no hay!- le digo.
- Al menos yo no conjuro contra mis exnovias.
Nos reímos. Hemos llegado a la Cuesta de Moyano. Me paro en cada puesto y hojeo algunos libros. Mientras tanto, Enrique mira el cielo madrileño, azul-azul-azul. Pienso en Rigoletto y en su maldición. Y es que, al contrario que el Duque de Mantua, el pobre Rigoletto creyó en la maldición de Monterone. El fervor con el que Rigoletto trata de enfrentar la maldición, le conduce a encontrarse inevitablemente con el sino anunciado. Sin embargo, el incrédulo Duque se libra de todo mal gracias a su incredulidad.
Dejo un libro donde estaba y me acerco a Enrique dando saltitos.
- Y dices que no has vuelto a ver a esa mujer, ¿no?
*
Addenda:
http://www.rtve.es/alacarta/videos/this-is-opera/this-is-opera-rigoletto/3149760/
Oye, no tengas hijos.... que eso debe ser muy duro.
ResponderEliminarYo no creo en nada de estas cosas, pero en nada... y sin embargo no pude evitar que me pasara algo que no tiene explicación y como además me pasó a mí que soy un incrédulo irreductible pues claro... sigo sin creer pero también sospecho ahora que algo se nos escapa...
No es por desmerecer los atributos adivinatorios de aquella mujer, pero te aseguro que acertó poco. No tengo claro hasta que punto predecir que un matrimonio será infeliz es una premonición o apostar a caballo ganador. También se equivocó al decirme los años en los que pasarían ciertas cosas porque tampoco sabía la pobre el año en el que estábamos. Pero bueno, era una mujer simpática. Me lo pasé bien jajaj :))
EliminarEso sí, ahora que mencionas ese "me pasó a mí", espero encontrarme con algún poema en el que cuentes un poco más (si quieres, claro).
Un abrazo.
Te lo conté por mail pero como no has respondido no sé si te llegó o quizá es que me diste las gracias telepáticamente...
EliminarNo me odies pero estoy buscando EL momento y las palabras. Me quedé de piedra, la verdad. Te creo totalmente, aunque a mí no me haya pasado nada semejante.
EliminarHablas de uno de los ámbitos en que mis contradicciones son más notorias. Por un lado, me niego a creer que nuestras vidas ya estén escritas, por otro me sobran evidencias para creer que hay mucho más de lo que podemos ver y tocar. Todavía me estoy sorprendiendo de cómo se van cumpliendo los pronósticos que una bruja me contó cuando yo tenía 21 años (algunos ya los había olvidado).
ResponderEliminarSí hay un riesgo en todo caso en creer ciegamente: el de las profecías autocumplidas.
Y me quedo pensando en eso de querer que te vean en todas las mujeres. Como venganza es terrible. Y ten cuidado, porque se puede volver en contra en unos años más (sé por qué lo digo).
Un abrazo enorme, Pat
Alís! ¿Se cumplieron los pronósticos que hizo aquella mujer? ¡Qué fuerte! Hace nada, a una amiga también. En este caso, creo que di con la hechicera equivocada. La verdad es que siempre he querido saber, saber, saber. Pero con lo compleja que se va haciendo la vida, a día de hoy casi que prefiero no saber nada.
EliminarEn cuanto a la venganza, estoy segura de que a la pobre mujer se le perdió el papel. No he vuelto a ver a ese chico, y estoy casi segura de que no volveré a saber nada de él. Os contaré. Espero descubrir en tus próximos relatos, algo de la historia "del hombre que te veía en todas las mujeres". (Suena a novela!) :)))
Un abrazo enorme, Alís.
Pat
Pues a mi parecer, Pat, la cosa es sencilla!
ResponderEliminarSi hay una mesa con un tablero de parchís sobre ella y una "jugadora"/adivinadora sentada en una silla, y tú también te sientas, ¡es claro que acabarás jugando al "parchís"!
Que ganes, "acierta", o que no ganes, "no acierta", depende solo de si te has sentado a la mesa...
Si hubieses pasado de largo de mesa, parchis y "juego", ¿en qué te hubiese afectado? ¡En nada!
Si te sientas/participas, cargas con el juego del otro jugador/"adivino".
Tu vida no está en una carta o una estrella. Pero si tú te subes a ellas, viajarás sus destinos... ¡No los tuyos!
Abrazos Pat.
Tienes toda la razón del mundo, Ernesto. Yo me senté un ratito; quería ver si valía la pena jugar. No creo que vuelva a sentarme!
EliminarMe ha gustado mucho la metáfora. (((; Por el momento, creo que voy subida a mi propia estrella, bien agarradita a ella.
Abrazos!
No pienso nada
ResponderEliminarme ha gustado lo que has escrito
disfruto de tus palabras
Qué maja, Recomenzar (; Te mando un abrazo grande.
EliminarYo no creo en todas estas cosas, también puede ser que nunca me han adivinado ni me han echado las cartas...supongo que si fuese así podría tener otra opinión de toda esa gente que se busca la vida (y la gana) jugando con la esperanza de la gente...
ResponderEliminarHe desfrutado con tu escrito, como siempre.
Beso grande Pat.
Lo mío era solo curiosidad. No creo que vuelva a repetir la experiencia! Jjj
EliminarUn abrazo fuerte, Laura
¿Predijo la abuela las largas vacaciones que te has tomado en el blog :))))) O ha sido pura iniciativa tuya?
ResponderEliminarClaro que también puede haber sido: "Por el momento, creo que voy subida a mi propia estrella, bien agarradita a ella."
No sé si puedes verme, pero acabo de salir al balcón a saludarte con el pañuelo al viento por si pasas volando... jajjajajajaja...
Abrazos Pat. Buen finde!
Ernesto! Qué ilusión tu comentario. La verdad es que siempre estoy liada y las entradas las tengo programadas. He adelantado esta! En nada visito vuestros blogs, que estoy súper desactualizada.
EliminarY sí ¡claro que te veo en el balcón! Te saludo desde la estrella (que aún no termina de despegar del todo).
Abrazos,
Pat