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El tic tac del recuerdo.

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  Por espacio de un momento fui el hombre más feliz de la tierra. Y digo el hombre, y no el niño de trece años, un Lolito temprano que apenas era consciente de su pícara inmadurez, porque mientras estuve pegado a ella crecí lo suficiente para entender el embrujo de la pasión. En los tres minutos que duró la parsimonia del baile, giramos como peonzas, cruzamos a nado el planeta, quemamos raíles y carreteras y no sólo descubrimos los sueños, sino que los inventamos. Qué grande era la lujuria del amor que me atrapaba. Qué vivaz. Me sorprendí a mí mismo riendo, enloquecido por su sonrisa. Y ella, tan pequeña. Apretada en sus catorce años, era la niña más guapa de Jacksonville. Años más tarde, investigué sobre la canción que me produjo semejante metamorfosis. Su nombre nos es indiferente. Su duración, esencial. Tres minutos y cuarenta y dos segundos. Bendito tic tac que me dio la vida.