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Mostrando entradas de noviembre, 2010

S.

S estaba harta de caminar tanto y tan de noche. Le dolían los pies. Atontada por varios cubatas, se había despedido de Sebas, Lola y los demás en Antón Martín para, tres segundos y medio después, arrepentirse de su mala decisión. Barajó sus posibilidades. Coger un taxi a las dos de la mañana para irse a casa un sábado, no era de señoritas, así que buscó el móvil, desganada y llamó a Elena. Su voz parecía carcomida por la nicotina. -Estamos en el garito de la Cubana. S recordaba bien aquel antro. Los baños parecían salidos de una película antigua y del techo colgaban cientos de sujetadores. Carmen y ella habían salido pitando por el ventanal del lavabo, sin pagar, las Navidades pasadas, porque estaban sin un duro. Había pasado mucho tiempo. La Cubana no recordaba caras. Bajó la callejuela, a trompicones, sintiéndose torpe y repitiéndose a sí misma que no volvería a beber jamás. Percibió el olor de la sala mucho antes de llegar. Destilaba un olor afrutado, a alcohol y humos asi