Anna Karénina y yo



Llevo siete años huyendo. Aunque mis ocupaciones diarias consiguen distraerme de mi continuo caminar; de noche todos los errores son pardos y me persiguen como un dolor.

¿El motivo? Mi supuesta incapacidad para conocer a alguien, interesarme y no abandonarlo. Tras numerosos análisis he descubierto que mis relaciones siempre siguen un viaje de tres pasos: conocerle, mostrarme y huir como alma que lleva el diablo antes de enamorarme y, si es posible, no derramar ni una sola lágrima. La mayoría de las veces sólo llego al paso número uno. Supongo que soy una miedica adicta al amor platónico.

Como no soy amiga de psicólogos -más por falta de tiempo que por convicción- hace unos meses decidí poner remedio a mi precaria situación amorosa con la ayuda y consejo de un sabio. Un sabio diferente. Un hombre que, a fin de cuentas, está muerto y es muy posible que no escribiera sus obras pensando en la sociedad tinderiana/grinderiana enganchada al WhatsApp o a Instagram donde acostumbramos a hacer grandes monumentos de vidas mediocres.

Ese sabio es (redoble pedante de tambores) Tolstoi. Un ser humano capaz de hacer de un centenar de páginas una obra maestra bajo el nombre de Anna Karénina. Como esto no es una reseña, no ahondaré mucho en la obra ni en el autor. Prefiero centrarme en las distintas visiones del amor que ofrece Tolstoi para, finalmente, decantarse por la menos mala. Y es que el autor nos presenta varias parejas y varios tipos de amor. En primer lugar, el mediocre conde Vronsky y la apasionada Ana (trágicamente casada con Karenin). Su amor es un flechazo convertido en relación tóxica. No me cuesta imaginarme al conde Vronsky como un Hooray Henry engalanado con su mejor camisita dando paseos por Ibiza. Vronsky, tras grabar una story y subirla a Instagram, susurra a Ana un "ven si él te subestima, podemos enseñarle a llorar". Proposición aceptada casi ipso facto por la propia Ana, cansada de marchitarse entre diván y diván, sin saber lo que es el "verdadero amor". La segunda pareja la conforman Oblonsky (hermano de Ana Karenina) y su mujer Dolly. Esta vez el infiel es él. Tolstoi lo presenta como un hombre que no se toma la vida demasiado en serio. De esos de los que, si se tuerce la velada, sacan una botella de vino y reparten copas por doquier. Es la típica relación de los que "están por estar". En el caso de ella, por sus hijos. En el caso de él, porque "en el fondo quiere a su mujer". Llegados a este punto, me parece interesante apuntar cómo Tolstoi trata de manera diferente a sus dos personajes infieles. Mientras que el autor narra la aventura de Ana como un viaje hacia el abismo, a Oblonsky le tienes que querer como es, y ya está. Curioso, la verdad.

Por último, Tolstoi nos muestra a Kitty y a Levin. Levin es un hombre de campo -pero culto, always- y Kitty es una tierna florecilla campestre que se convertirá en todo una señora después de (OJO DESTRIPE/SPOILER) casarse con Levin. Su historia de amor es una oda al amor pausado, a las idas y venidas, al amor y a la casualidad, al "hoy te vi pasando con el carruaje y sufrí en silencio por nuestro amor frustrado". Lo mejor de esta historia es que no acaba con una boda, sino que continua con las dificultades de la vida marital de los primeros años. Tolstoi muestra una idea que ya rumiábamos en los días más felices de nuestro Erasmus: "el verdadero amor es un trabajo diario". Así, si olvidamos a Oblonsky y a Dolly, mi sabio psicólogo enfrenta dos realidades contrapuestas: el fuego del conde Vronsky y la señora Ana frente a la tranquilidad y tesón de Kitty y Levin, que construirán su amor poco a poco.

Ante tal paleta de colores, una se pregunta qué tipos de amor ha conocido y cómo conducirse hacia un amor duradero, pausado, Levin style. Por suerte o por desgracia, el tiempo es el que es. Y vivir en el siglo XXI plantea algunas incertidumbres. Por ejemplo, ¿qué haría Levin en una sociedad consumidora de fast-love? ¿Se arriesgaría a esperar la decisión de Kitty? ¿Cambiaría las tímidas visitas a su casa por un estalqueo (persecución/investigación) masivo en Facebook? ¿Pasaría de ella y a otra cosa mariposa? ¿Se descargaría Tinder para olvidar?

En nuestra sociedad tinderiana del Netflix and Chill perdemos el interés más rápido de lo que lo ganamos. Una persona más es una persona menos. Si te das por completo desde el minuto uno, corres el riesgo de que el otro pierda el interés a largo plazo. (Una idea que no es sólo de nuestro siglo. En el caso de Ana Karenina, el conde Vronsky se acabará cansando de su romance con Ana una vez las llamas del amor se desvanezcan.) En cambio, si decides entregarte al cortejo y al tira y afloja actúas igual que alguien con la baraja de Jane Austen en un casino virtual. ¿Escasean los Levins y las Kitties? ¿o es sólo mi percepción? ¿es aún posible construir relaciones sólidas en una sociedad cada vez más líquida?


Comentarios

  1. Me encanta esa mirada a los personajes de Anna Karenina que haces desde el Mundo XXI, tus reflexiones sobre el modo de vida de ahora y sus efectos en el amor. He disfrutado mucho tu texto, es como el esbozo de un ensayo que promete, y muy apetecible de leer por cómo escribes. Me ha gustado mucho.

    En cuanto al amor, creo que sólo hay un modo de encontrarlo (o no) y es amar, para lo cual hay que darse, abrirse, estar dispuesta a sufrir sin que ésa sea la intención, y vivirlo día a día el tiempo que dure, sin expectativas, sin hipotecas. Claro que no puedo garantizar que esto funcione.

    Un beso grande

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    1. Alís! Muchas gracias por tus amables palabras. Mirar las cosas del pasado con ojos del presente es parte de la esencia de este blog. Desde hace años sospecho que a mi generación la han educado en los dogmas del siglo XIX y principios del XX con herramientas del siglo XIX. Normal que estemos tan dispersos. En este caso el amor sigue siendo el amor pero, ¿qué pasa cuando las nuevas tecnologías o el individualismo exacerbado lo atacan? Es muy probable que siga reflexionando sobre este tema en posteriores entradas.
      En cuanto a tu receta, es perfecta y encaja con mi forma de ver la vida. Pero a la hora de la verdad, el miedo me puede. Quizá el problema sean justo las expectativas.

      Muchas gracias por pasarte, Alís. :)

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  2. Si te das por completo desde el minuto uno, corres el riesgo de que el otro pierda el interés a largo plazo.
    Me quedo con esto.
    De todas maneras, si te das porque te das, si no te das porque no te das... y así podría estar horas y horas....es que nunca estamos contentos y nos diluimos como el liquido, eso es verdad.
    Un abrazote.

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  3. Laura! Me encanta tu reflexión final. Si te das demasiado, hasta luego. Si no te das, hasta luego también. Me siento un poco como en rebajas; con la sensación de que nadie nunca es demasiado bueno, ni siquiera yo, y que si me quedo con algo es porque total, no me cuesta nada. ¿No? No sé si es la peor metáfora de la historia, pero ahí queda.

    Gracias por pasarte! Un abrazo fuerte.

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  4. Cómo conducirse hacia un amor duradero, pausado...

    De esos de sofá y manta con las manos entrelazadas una tarde de domingo de invierno?

    Dios no lo quiera...

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  5. Jajaja, me parto. ¿Quién ha dicho que la estabilidad sea aburrida y de mantita invernal? Tolstoi tuvo un amor duradero pero muy pasional (y para el personaje de Levin se inspiró en él mismo).
    De todas formas, gracias por compartir tu visión. Has sacado mi aire más combativo-risueño.
    Un abrazo grande!

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