Entradas

La belleza o la soberbia

Imagen
- Qué guapa eres, cariño. Me sorprendió que me lo dijera. Mi abuela es como la madrastra de Blancanieves. Fue  la guapa  del pueblo. Una circunstancia que marcó su identidad hasta el punto de que el resto de mujeres de nuestra estirpe éramos, en su opinión, irremediablemente feas. Nadie se había salvado de la quema. Mi madre, mis tías, mis primas. Nadie. Todas nos parecíamos al padre, y por ende, no habíamos alcanzado la suprema perfección evolutiva. No obstante, aquel día mi abuela estaba algo sensible y decidió regalarme aquellas cuatro palabras que tanto significaban para ella. Guapa, guapa, guapa. Qué guapa eres, cariño. Sin embargo, y aunque no fuera su intención, esas palabras me sacudieron como un tortazo. Nunca me había parado a analizar la relación que tenía con mi propia belleza. De hecho, no sabía que existiera algo así como una relación con la belleza propia. Apartada por mis compañeros de clase por ser el book worm - en español, la rata de biblioteca- tuve que c

El peso y la ligereza

Imagen
El hombre es un animal de cercanías y las mías son los libros. Los libros no sólo hacen hogar, sino que hablan, comentan, me dicen cosas. Por eso me encanta husmear, hojear -y ojear- los libros que habitan en las casas que visito por primera vez. No hay mayor placer que juzgar al prójimo por las portadas de sus libros -ora las chillonas de Anagrama, ora las sobrias de Cátedra- y hacer preguntas envenenadas sobre alguno de esos libros que parece o bien demasiado nuevo o bien demasiado intelectual. Ver a esos seres apilados -tapa con tapa, lomo con lomo-  me hace cuestionarme, ¿por qué no esconde ese Código Da Vinci? ¿Por qué enseña ese libro de Punset sobre el amor? A veces siento la tentación de coger esos libros ajenos, secuestrarlos, retenerlos en contra de su voluntad, taparles la boca con celofán -especialmente a ese de "El poder del Ahora"- y esconderlos debajo del fregadero más cercano. Todo para que, años después, ese amigo salvado de la mediocridad me

Cómo mentir sin que te pillen (secreto infalible y muy maquiavélico)

Imagen
Un fantasma recorre Europa. Y no, no es el fantasma del comunismo. Es un fantasma mucho más sexy y huele a V.I.P. de Carolina Herrera.  Aunque en mi entrada anterior auguraba el reinado del bien, la paz y la prosperidad, tengo que reconocer que mi obsesión con la política y los juegos de poder me suele devolver a la realidad. Hace unos días veía un reportaje del New York Times sobre el origen de las fake news,  ese fantasma tan notable que se pasea por el continente vestido de Prada. Al parecer, y de acuerdo con el coloso mediático, las noticias falsas las crearon los rusos. La primera de ellas era un famoso bulo que atribuía a Estados Unidos la creación del SIDA. Supongo que para el NYT era difícil retrotraerse en un vídeo de quince minutos a la Primera y a la Segunda Guerra Mundial, por no hablar de Bismark y su complicada madeja de amigos y enemigos; acontecimientos donde primaron las medias verdades, los silencios o las más puras mentiras. Aunque, sinceramente, en es

Las lágrimas de Ovidio, los bad boys y las femmes fatales

Imagen
Lala y yo estábamos sentadas en una acera desierta a las ocho y media de la mañana. Era la semana cultural en el colegio y nos habíamos disfrazado de romanas. Desde donde nos encontrábamos veíamos cómo el resto de los alumnos, envueltos en disfraces de papel maché, esperaban en fila a que Madre Portera abriese. -¿De qué irá Cova?- me preguntó con una risita- No entiendo la peluca. Aunque contesté, no participé de su crítica. Detestaba su faceta de esbirro e ignoré aquella lanza. Ajena a mi indiferencia se colocó el disfraz y se incorporó para poder mirarse en el reflejo de un coche. Luego entró en su habitual régimen de alabanzas: - ¿Cómo se te ocurrió lo del disfraz de romana? Me parece la mejor idea del mundo. Es diferente. Es incluso... ¡sexy, tía! La gente va a flipar. Sonreí. Estábamos envueltas en dos sábanas blancas que podían caerse en cualquier momento. Aunque un cinturón parecía solucionar ese problema, no confiaba demasiado en sus bondades. Desde luego, nuestro a

El ritmo de Dios

Imagen
No sé si alguna vez os habéis preguntado por el desafortunado nombre de dominio que escogí para este blog. “Las mentiras de my ipod”. Dejad que me flagele un poco, por favor. No sólo escogí un instrumento que ha demostrado estar ya obsoleto gracias a Apps como Spotify, y a la revolución tecnológica, sino que además introduje un posesivo en inglés. Toma ya. Ese MY, heredero de las camisetas chonis de “I love NY y I love my boyfriend”, aún me persigue por las noches. Pues veréis, todo tiene una explicación. En un principio, el objetivo era recomendar música a través de historias aparentemente de ficción. Pronto me di cuenta de que, por mucho que me supiera toda la discografía de Pereza, poco tenía que aportar al mundo de la crítica musical y me dediqué a escribir historias sin banda sonora. Mientras tanto, conocí a Santi  quien me introdujo en el mundo del rock indie y del flamenco -era un malagueño con aspiraciones británicas y sorprendentemente combinaba ambos géner

Consejos para jóvenes estudiantes de Derecho

Imagen
"Voy a dejar la carrera. Quiero hacer filología clásica, lo mío es el Latín y el Griego, no las fiducias, los poderes o la representación. Madre Amor me dijo que me contrataría en el colegio si decidía dedicarme a la enseñanza" Lo último era mentira. Pese a mis propuestas indecentes, Madre Amor se había limitado a enarcar una ceja y a poner los ojos en blanco, a juego con la cofia que nunca llevó.  Mi madre, la verdadera, me miró con incredulidad. Proseguí. - No es lo que esperaba.  Hubo un silencio. - ¿Y qué más?- me preguntó al fin, con soberbia. La hybris de Esparta corre bien fuerte en las venas de esta familia.   - Odio lo que hago. No soy feliz. Puso los brazos en jarras pero no dijo nada. Me mordí el labio inferior. Ella suspiró. Un mes después estaba montada en un avión rumbo a Edimburgo para hacer un curso. Un curso de inglés jurídico que, además, me pagué yo . Recuerdo que, para el viaje, me puse unas botas negras militares, medias a

Sénecas con abanicos

Imagen
Imagen encontrada en Pinterest -Ahora todo me recuerda a él -me dijo- Si voy a El Prado pienso que él solía venir los domingos. Si busco algo que ponerme, veo la blusa que me compré para él o la ropa interior que escogí para alguna de las noches que pasamos juntos. Ya no puedo ni pisar el restaurante en el que cenamos el día que noté que su interés se estaba apagando. Otras veces sus frases explotan en mi cerebro como fuegos artificiales. Es como si su voz viviera en mí, Parvati. ¡He tenido más conversaciones con él en mi mente que en el mundo real! Estamos en Huertas. Es mayo y hace muchísimo calor. Treinta grados. Me abanico mientras Silvia hace gala de los síntomas más evidentes de una ruptura amorosa: incomprensión, negación y un poquito de desprecio hacia el susodicho. Mientras mi amiga habla hago contacto visual con un hombre de unos cuarenta que nos mira con interés. Le sonrío. Él desvía la mirada. Dejo el abanico en la mesa y me centró en mi café con leche.