Chirimoyas en el exilio
En estos veinte días he trabajado de sol a sol. Soy la fruta madura del sistema. El limón,la naranja, la chirimoya. He nacido en un círculo de trabajo y desenfreno, de números, dinero y de rock and roll. Ir por la M-40 a ciento treinta kilómetros por hora no sería lo mismo sin mis Ray Ban, mi bolso de Bimba y Lola y los guantes de polipiel. Soy la manzana estándar del Mercadona. Una Fuji más. El manos libres tiembla cuando me siento en el coche. "¿Es ya la hora de gritar?". Oh, sí. Vibra, sneaky boy. Furbo. Y me quejo con otro alguien que grita más. La hora del odio. Bienvenidos a 1984. Me meto en la ducha, salgo y no sé qué ha pasado dentro. Mientras me enjabonaba ocurrían cosas increíbles. Hablaba con un ex en un restaurante hace seis años e, inmediatamente después, quedaba con una amiga –mañana– en el Federal Café. Mente. Mente. Mente. Don't be present. Llévame a la Costa Brava. Brazos, ayudadme a encajar este neo-bikini de Asos. Piernas, corred en esta jungla de edificios con nombre de pintor en el exilio. Tribunal. Nuevos Ministerios. Torre Picasso. Piernas jóvenes que galopan. Recuerda el informe del informe. La copia de la copia. El beso en la mejilla. El abrazo que no cala. Recuerda, querida, que a las 19:30 tienes clase de Brikan yoga. Y entonces. Entonces.
He ido al baño un momento y, cuando vuelvo, le veo estudiando mis gafas de sol. Me acerco y las deja sobre la mesa. Me siento. Es la primera vez que le veo en tres años.
– ¿Y bien? ¿Te está gustando Madrid?
–¡Mucho! Soy muy contento de estar aquí.
No habla bien español y nuestras conversaciones son algo ortopédicas.
–Y a mí, ¿cómo me ves?- pregunto.
Me mira. Sonrisa torcida. Manos italianas.
–Penso que no me gustan tus gafas –enarco una ceja, pero él continúa hablando–Tampoco tus mocasines. Estás ¿vendida, se dicce? En el Erasmus no eras tan orgullosa. No marcas, no tantas movidas.
Celebro con una sonrisa su buen uso de la palabra "movida" y no digo nada. Me toca callar. Callo como fruta del sistema, como manzana Fuji. Callo como una veinteañera que visita periódicamente Perrachica, el Bar Galleta, el Amar go. Callo y no miro el móvil, la suscripción a Spotify, a Netflix. Recuerdo el Erasmus –el hambre, los pitillos gastados, el tabaco de liar– y callo. Oh, sí, sneaky boy. Callo, frágil como una chica de barrio.
Y quien calla otorga.
Y quien calla otorga.
No sé qué será, qué harás, P, pero siempre consigues transportarme al momento y el lugar exacto en el que transcurren tus entradas. Quizás sea la conexión que tengo con Madrid o quizás tu forma de escribir, no sé. El caso es que me encanta pasarme por aquí y volar un poco.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte.
Muchísimas gracias, Ícarus. Me imagino que será por la conexión madrileña que siempre nos atrapa (no la sigas, huye, huye huye, Madrid es una ciudad-lobo con piel de corderito) jjj
ResponderEliminarUn abrazo fuerte,
P.