Mariposas.
Ana jugaba a corretear por su jardín. Le gustaba mucho fingir que era un avión y que cada uno de sus brazos simulaba un ala. Y así, inclinaba su cuerpecito porque había turbulencias, aunque no era más que el viento que recorría su ligero vestido de lunares.
Pablo, por su parte, no se parecía demasiado a su gemela. Él, más entregado a los placeres de la psique y el conocimiento, leía sentado en el césped un libro de filosofía. Costaba entender como una cabecita de cinco años podía siquiera comprender alguna frase completa. Ana, en general, nunca se resignaba e incluía a su hermano en sus actividades, en esta ocasión como torre de control.
Ana siempre acababa su juego chocando a propósito con su hermano, lo cual desencadenaba una retahíla de gritos por parte de Pablo y las risas acaloradas de Ana. En estas ocasiones Pablo solía mostrar su rabia escondida bajo su pelo rubio, pero por fortuna y como por arte de magia aparecía Mamá para solucionar las peleas.
El pelo de Mamá permanecía impasible al viento de la primavera, y ella, risueña y alegre, hacía que los dos niños dejaran de lado cualquier tipo de tristeza o enfado. Ana en secreto quería imitarla en todo lo que hacía, quería ser idéntica a ella y robar todas las miradas ajenas. Pablo, sin embargo, la establecía como su modelo utópico de belleza, llegando a jurar que ninguna mujer le parecería más bella.
Y así pasaron los días.
Perdón por la espera, bichos. He estado ocupado.
A.
Pablo, por su parte, no se parecía demasiado a su gemela. Él, más entregado a los placeres de la psique y el conocimiento, leía sentado en el césped un libro de filosofía. Costaba entender como una cabecita de cinco años podía siquiera comprender alguna frase completa. Ana, en general, nunca se resignaba e incluía a su hermano en sus actividades, en esta ocasión como torre de control.
Ana siempre acababa su juego chocando a propósito con su hermano, lo cual desencadenaba una retahíla de gritos por parte de Pablo y las risas acaloradas de Ana. En estas ocasiones Pablo solía mostrar su rabia escondida bajo su pelo rubio, pero por fortuna y como por arte de magia aparecía Mamá para solucionar las peleas.
El pelo de Mamá permanecía impasible al viento de la primavera, y ella, risueña y alegre, hacía que los dos niños dejaran de lado cualquier tipo de tristeza o enfado. Ana en secreto quería imitarla en todo lo que hacía, quería ser idéntica a ella y robar todas las miradas ajenas. Pablo, sin embargo, la establecía como su modelo utópico de belleza, llegando a jurar que ninguna mujer le parecería más bella.
Y así pasaron los días.
Perdón por la espera, bichos. He estado ocupado.
A.
Quizá Pablo necesite divertirse, pero no devorando un libro, claro que no... Divertirse como Ana, haciendo el tonto como un par de locos.
ResponderEliminarEs cierto que alimentar al alma es importante, pero a los cinco años, las risas de infancia son las más nutritivas.
J.
Si es que las madres, inconscientemente, hacen siempre de nuestro modelo a seguir (aunque a veces no, pero bueno jaja)
ResponderEliminarSaludiness!
Arhhgg que situacion tan alegre y tan familiar. Tanto Ana como Pablo se me hacen adorables en mi cabeza. Me encanta.
ResponderEliminarlas ambigûedades mas bellas de la naturaleza.. me parecen hasta dos niños del siglo XVIII..
ResponderEliminargracias por la historia.
Mthl.
Bonito cuento. ¿Dónde has estado chica?
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