El Ibex se hundía y nosotros nos enamorábamos.

Después de una tarde de paseos y poca imaginación, subí a mi casa.
Encontré a un vecino, meditabundo, solitario.
Yo sonreí, con esa sonrisa de la post-adolescencia, que no dice nada. Que dice Hola, y dice Adiós, que nadie se espera, ni siquiera los adultos que, a fuerza de tanto razonar lo irrazonable, se les ha olvidado todo lo bueno.
Después de un buen rato, pronosticando el tiempo de cien años, el hombre murmuró:
-La cosa está muy mal, hija.
Yo, que no sabía si me hablaba de enfermedades, de familia, de muertos o de crisis políticas, volví a desempolvar esa sonrisa y dije, más por compromiso que por opinión:
-Bueno.
Nunca habría previsto su reacción. Gritó, se desgañitó y al final sentenció, apuntándome con un dedo acusador, -como si fuera yo la culpable de que esta España se esté cayendo a pedazos-:
-Tengo amigos que no viven con pensiones de seiscientos euros. Siempre les veo, rondando basuras, mendigando por un trozo de miseria. Rozan los ochenta años.

Llegas a casa, y el alma languidece. Enciendes la tele, más por compañía que por curiosidad, y te encuentras con una caída del Ibex que mantiene en vilo a media Europa, mientras tú, ciudadana de a pié, poco preocupada por los tintes económicos, buscas desesperadamente el mensaje de ese paradigma de hombre, que pese a tus esfuerzos (en mi caso, nulos), nunca aparece.

Un día de estos, cuando ya tenga mis cincuenta, si es que no se nos cae el Mundo antes, leeremos en los libros de Historia eso de que:
El Ibex se hundía y nosotros nos enamorábamos.
Y sonreiremos, como gilipollas.



(Título: Cierta frase de "Baby Crash" , de Manuel Jabois)
Foto: http://www.flickr.com/photos/vip223/