El hombre es un animal de cercanías y las mías son los libros. Los libros no sólo hacen hogar, sino que hablan, comentan, me dicen cosas. Por eso me encanta husmear, hojear -y ojear- los libros que habitan en las casas que visito por primera vez. No hay mayor placer que juzgar al prójimo por las portadas de sus libros -ora las chillonas de Anagrama, ora las sobrias de Cátedra- y hacer preguntas envenenadas sobre alguno de esos libros que parece o bien demasiado nuevo o bien demasiado intelectual. Ver a esos seres apilados -tapa con tapa, lomo con lomo- me hace cuestionarme, ¿por qué no esconde ese Código Da Vinci? ¿Por qué enseña ese libro de Punset sobre el amor? A veces siento la tentación de coger esos libros ajenos, secuestrarlos, retenerlos en contra de su voluntad, taparles la boca con celofán -especialmente a ese de "El poder del Ahora"- y esconderlos debajo del fregadero más cercano. Todo para que, años después, ese amigo salvado de la mediocridad me...
HOLY GUACAMOLE! Hoy me siento de muy buen humor. Tan de buen humor que he decidido contaros una de las teorías menos acertadas pero más interesantes que he leído en Internet. Y como llevo varios días con entradas largas y grandilocuentes, he pensado en rebajar el tono y contaros la cero conocida TEORÍA DEL AGUACATE. Con ese nombre, imagino que intuiréis que ningún sociólogo respetado la ha plasmado en ninguna parte. Esta teoría es de Amelia Diamond , la ex-redactora de MAN REPELLER (una web de moda con base en Nueva York). Y yo he decidido remasterizarla con mis dotes de reportera digital y mi ácido sentido del humor. Os la cuento. Amelia Diamond debía sentirse muy inspirada aquel día. Me la imagino radiante después de una sesión de Speed Yoga, sorbiendo su batido energético y pensando en lo que sus amigas -esas con problemas reales más allá del cambio de diseñador en Cèline- le habían contado la noche anterior entre Margaritas. Es muy probable que una de s...
Imagen encontrada en Pinterest -Ahora todo me recuerda a él -me dijo- Si voy a El Prado pienso que él solía venir los domingos. Si busco algo que ponerme, veo la blusa que me compré para él o la ropa interior que escogí para alguna de las noches que pasamos juntos. Ya no puedo ni pisar el restaurante en el que cenamos el día que noté que su interés se estaba apagando. Otras veces sus frases explotan en mi cerebro como fuegos artificiales. Es como si su voz viviera en mí, Parvati. ¡He tenido más conversaciones con él en mi mente que en el mundo real! Estamos en Huertas. Es mayo y hace muchísimo calor. Treinta grados. Me abanico mientras Silvia hace gala de los síntomas más evidentes de una ruptura amorosa: incomprensión, negación y un poquito de desprecio hacia el susodicho. Mientras mi amiga habla hago contacto visual con un hombre de unos cuarenta que nos mira con interés. Le sonrío. Él desvía la mirada. Dejo el abanico en la mesa y me centró en mi café con leche. ...
Una gran combinación :)
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