-Pablo. -Qué. -¿Olvidaste a Pat? -Claro que la olvidé. -¿Fué Fácil de olvidar? -Sí. -... -¿Qué? -¿Lloraste? -¿Qué? -Ya me has oído. -... -Lo tomaré como un sí. -¿Y qué si yo lloré o no lloré? -Eso lo decido yo. Ari no quiere problemas demasiado complicados. Y éste lo es. Éste es de los que se enamora.
HOLY GUACAMOLE! Hoy me siento de muy buen humor. Tan de buen humor que he decidido contaros una de las teorías menos acertadas pero más interesantes que he leído en Internet. Y como llevo varios días con entradas largas y grandilocuentes, he pensado en rebajar el tono y contaros la cero conocida TEORÍA DEL AGUACATE. Con ese nombre, imagino que intuiréis que ningún sociólogo respetado la ha plasmado en ninguna parte. Esta teoría es de Amelia Diamond , la ex-redactora de MAN REPELLER (una web de moda con base en Nueva York). Y yo he decidido remasterizarla con mis dotes de reportera digital y mi ácido sentido del humor. Os la cuento. Amelia Diamond debía sentirse muy inspirada aquel día. Me la imagino radiante después de una sesión de Speed Yoga, sorbiendo su batido energético y pensando en lo que sus amigas -esas con problemas reales más allá del cambio de diseñador en Cèline- le habían contado la noche anterior entre Margaritas. Es muy probable que una de sus m
- Qué guapa eres, cariño. Me sorprendió que me lo dijera. Mi abuela es como la madrastra de Blancanieves. Fue la guapa del pueblo. Una circunstancia que marcó su identidad hasta el punto de que el resto de mujeres de nuestra estirpe éramos, en su opinión, irremediablemente feas. Nadie se había salvado de la quema. Mi madre, mis tías, mis primas. Nadie. Todas nos parecíamos al padre, y por ende, no habíamos alcanzado la suprema perfección evolutiva. No obstante, aquel día mi abuela estaba algo sensible y decidió regalarme aquellas cuatro palabras que tanto significaban para ella. Guapa, guapa, guapa. Qué guapa eres, cariño. Sin embargo, y aunque no fuera su intención, esas palabras me sacudieron como un tortazo. Nunca me había parado a analizar la relación que tenía con mi propia belleza. De hecho, no sabía que existiera algo así como una relación con la belleza propia. Apartada por mis compañeros de clase por ser el book worm - en español, la rata de biblioteca- tuve que c
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