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Mostrando entradas de enero, 2012

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El tedio nos sumerge. y nadie se da cuenta.

Electrocardiograma.

Intenta olvidar por un segundo este horrible color blanco que lo envuelve todo. Intenta olvidar por un minuto este silencio tan agobiante . Intenta olvidar por un hora el frío y duro tacto de la camilla. Intenta olvidar por un día la histeria, el caos, el desasosiego . Intenta olvidar por un mes ese repugnante sabor a anestesia. Intenta olvidar, quizás por un año, que yo soy la enfermera y tú el paciente. Intenta olvidar por un lustro que ésta puede ser la primera vez que nos veamos. Intenta olvidar, quizás por una década, que también puede ser la última . Intenta olvidar por toda una vida que una vez entres en ese quirófano, tiraré una moneda al aire. Y cruz y cara son radicalmente distintas.

BLABLABLABLABLA

Ibas conduciendo a alta velocidad por una carretera secundaria. La radio escupía una de esas canciones que tan pronto como vienen, se van. Una voz chillona gritaba y gritaba. Si hubiera querido dirigirte la palabra, probablemente te hubiera pedido que bajaras el dichoso volumen, pero me daba igual. Tú, tu coche y la música . Y el paisaje que nos rodeaba, también. Pensé en leer, pero claro, en la guantera sólo encontré una fotocopia del seguro. Muy típico de ti . Así que me dediqué a fruncir el ceño, para mostrar mi descontento. Al final, carraspeaste y decidiste hablar. De nuevo, usaste ese tono prepotente que tanto odio. - No entiendo por qué vas siempre enfadado con el mundo. De verdad. Bufé y dije con los ojos "Tú a la carretera, anda. Y cállate de una puta vez". También pensé en que tenías razón. Parcialmente. Antes muerto que admitirlo, eso sí .

Ego.

Ernesto era muy dado a odiar. Pero desde luego odiaba esa consulta. Y desde luego, la odiaba a ELLA . Odiaba como siempre sostenía en sus manos ese manual de psicología como si nunca supiera las respuestas ( ¿Y se supone que ésta ha estudiado? ), odiaba sus test de comportamiento y odiaba su perfume caro. Odiaba su estudio decorado de forma minimalista y odiaba el diván blanco de piel ( no es más que una niña de papá ). Odiaba las cortinas que tapaban las ventanas, de color beige con cenefas de flores ( y encima tiene mal gusto ). Pero por encima de todas las cosas, odiaba como Ana se creía mejor que él sólo porque era psicóloga. - Algún día tendrás que hablar, Ernesto. Llevamos dos meses de terapia y no he apuntado nada sobre ti. Ernesto también odiaba ese cuaderno forrado de tela y ese bolígrafo BIC que bailoteaba en sus manos. Probablemente lo que más le sacara de quicio es que quería hablar. Pero lo que no sabía, era por dónde empezar.

Ni yo a ti.

Cogió el último cenicero que había sobre la mesa y lo apretó entre sus delicadas manos. "¡No te soporto!¡No te soporto!¡No te soporto!¡No te soporto!" Repetía como un mantra estas palabras, mientras con el cenicero golpeaba todo lo que encontrara a su paso. Un jarrón, una silla, incluso el cristal de la ventana se vio afectado por la ira. Por último, lanzó el cenicero al suelo. El pelo lo tenía suelto, y la agitación del momento lo había revuelto dándole unos aires de paranoia. El carmín se había desplazado por su mentón, y parecía estar a punto de contener las lágrimas. Mientras el elegante (y caro) cristal se hacía pedazos a cámara lenta, un vecino golpeó la pared para que dejáramos de hacer ruido. Me miró con su estilo condescendiente y a paso ligero abandonó la habitación. Un hilillo de sangre la recorría la pierna izquierda, y desembocaba en sus zapatos de alto tacón. Mientras se alejaba por el pasillo gritó, medio con sorna medio sincera: "Ah, por cierto, fel