Entradas

Mostrando entradas de septiembre, 2011

El Ibex se hundía y nosotros nos enamorábamos.

Imagen
Después de una tarde de paseos y poca imaginación, subí a mi casa. Encontré a un vecino, meditabundo, solitario. Yo sonreí, con esa sonrisa de la post-adolescencia, que no dice nada. Que dice Hola, y dice Adiós, que nadie se espera, ni siquiera los adultos que, a fuerza de tanto razonar lo irrazonable, se les ha olvidado todo lo bueno. Después de un buen rato, pronosticando el tiempo de cien años, el hombre murmuró: -La cosa está muy mal, hija. Yo, que no sabía si me hablaba de enfermedades, de familia, de muertos o de crisis políticas, volví a desempolvar esa sonrisa y dije, más por compromiso que por opinión: -Bueno. Nunca habría previsto su reacción. Gritó, se desgañitó y al final sentenció, apuntándome con un dedo acusador, -como si fuera yo la culpable de que esta España se esté cayendo a pedazos-: -Tengo amigos que no viven con pensiones de seiscientos euros. Siempre les veo, rondando basuras, mendigando por un trozo de miseria. Rozan los ochenta años. Llegas a casa

Esto no es poesía.

Imagen
Despacio, despacio, Leo. Vamos por partes. Boston no corre prisa. Explicar no corre prisa. Entender no corre prisa. Besémonos primero. (Contra el viento del norte- Daniel Glattauer) bichos. Dos años. Dos años aquí. Dos años con vosotros. Dos años tratando de escapar de una vida que nos dijo adiós hace mucho tiempo. Estoy feliz. Feliz con vosotros. Gracias Bichos. Gracias Amores, gracias Historias, gracias Humanidad. Cada día, me hacéis más grande. 

Espuma.

Imagen
No me atreví a bañarme, ni siquiera a meter la punta de los dedos en el agua. Estaba demasiado fría. Y sin embargo, allí estaba, en manga corta, con un gofre en la mano, viendo morir las olas a escasamente medio metro de distancia. Soplaba un viento bastante agradable, aunque impropio del mes de Agosto. Sentía como el sol me enrojecía la cara y veía como las gaviotas iban y venían sin cesar, quizás siguiendo el ritmo eterno de las olas. Me acabé el gofre y me tumbé sobre los guijarros, que cubrían la arena.  "¿No te gustaría quedarte así por siempre?", alguien me dijo.  Pues claro que sí. Por eso cerré los ojos.